Se levantó aquel sábado, llovía, pero no le importaba, le iba a ver a él, a su novio. Estaba de bajón, últimamente habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo pero, ¿y qué? Le tenía a él.
Sacó los pies de la cama y los apoyó en el suelo, frío, y un escalofrío recorrió su espalda. Sacó el móvil de debajo de su almohada esperando tener el mensaje de buenos días princesa de todos los días que le pintaba una sonrisa en la cara. Pero cuando encendió el móvil no había mensaje. Era pronto así que se aferró a la idea de que quizás el aún no se había levantado. Fue a desayunar con el móvil en la mano, no paraba de encender y apagar la pantalla, el tiempo pasaba y el mensaje no llegaba. Las doce, el móvil vibra. Casi se atraganta y, a duras penas, logra coger el teléfono. Mira la pantalla, sí, era de él. Le temblaban las manos. Abrió el mensaje y su sonrisa se iba desvaneciendo a medida que leía el mensaje:
Su corazón se encogió. Ese tenemos que hablar no sonaba nada bien. Le llamó, no podía aguantar. Su voz sonaba apagada, la cosa no pintaba nada bien. él se limitó a decirle que la relación no iba a durar más tiempo ya que él no sentía lo mismo que al principio. Se despidió con un lo siento y colgó.
Ella se quedó unos segundos con la vista fija en el móvil. Nudo en la garganta, primera lágrima resbala por su pálida cara. Y rompe a llorar. Volvía a sentirse como una estúpida muñeca de la que se puede prescindir fácilmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario